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Por Carmen Parejo Rendón
Cantaba Silvio Rodríguez sobre la rabia simple del hombre silvestre y quizás, en plena época de la cancelación, estemos cancelando, por molesta, por ruidosa, por desentonar con el mundo feliz que nos imponen, la voz molesta del pueblo más llano. Sin embargo, no podemos olvidar que el pueblo siempre tiene razón hasta cuando se equivoca.
El movimiento popular en Argentina se ha construido históricamente bajo la premisa amplia del peronismo, que para las masas significa justicia social. Sin embargo, el problema de la principal corriente aglutinadora popular de la Argentina es la incapacidad que ha tenido para actualizarse, más allá de vaguedades, como una alternativa real con propuestas realizables. Y, sobre todo, para aplicar políticas concretas en este tiempo en el que la rabia simple del hombre silvestre reclama que sea la hora de los valientes.
El gobierno de Alberto Fernández venía dañado desde su nacimiento. La verdadera candidata, Cristina Fernández, no pudo, a tenor de una fuerte persecución política, mediática e incluso judicial, liderar un gobierno que tras la catástrofe macrista se presentaba como un volver –aún con la frente marchita– a tiempos mejores. Eran esos tiempos de los llamados gobiernos progresistas, de la integración latinoamericana y mundial del país del cono sur. Eran esos tiempos en los que, aunque había problemas, también había esperanza.
La antropóloga Margaret Mead consideró que el primer signo de civilización de la humanidad fue un fémur fracturado y sanado, debido a que eso significaba que al menos otra persona se encargó de proteger al individuo impedido, de llevarlo a un lugar seguro, de proporcionarle alimentos y de brindarle todos los cuidados que necesitaba para recuperarse.
La ciencia, por tanto, no solo demuestra la capacidad de empatía del ser humano, sino que la asume como un principio básico que determinó nuestro desarrollo y la creación de nuestra sociedad misma. La negación de la capacidad de cooperación entre los grupos humanos es, por tanto, la negación de una realidad demostrada.
Javier Milei no es un candidato más, sino que encarna un fenómeno internacional. Muchos lo comparan ya con Donald Trump, con Jair Bolsonaro o con Vox, en España. Lo cierto es que no solo han ido desarrollando una "internacional" reaccionaria perfectamente coordinada, sino que asumen principios ideológicos comunes, basados sobre todo en la premisa oportunista de ser los defensores de la rabia, siempre como fenómeno individual y egoísta.
La rabia, como la libertad, se presenta para esta corriente, como un abstracto individual. La rabia social pasa a ser canalizada hacia el individuo como una rebeldía de niño pijo, de niño consentido, donde es incluso lícito presentarse a sí mismo como una mala persona porque te rebelas contra lo que ellos llaman lo "políticamente correcto".
No negaré que hay grandes dosis de hipocresía en lo que consideramos lo "políticamente correcto", al igual que, como decía anteriormente, las políticas de cancelación individuales o colectivas están sirviendo para censurar gritos que deberíamos estar escuchando si queremos de verdad resolver realmente los problemas. Sin embargo, ¿qué representan figuras como la de Javier Milei?
Margaret Thatcher anunció la defunción de la sociedad en el parlamento británico con su biblia neoliberal, del exponente de la Escuela austriaca, Friedrich Hayek, en mano. Esto no fue solo una performance de la Dama de Hierro, sino la declaración de guerra que sirvió de pistoletazo de salida para la implementación del modelo neoliberal.
La sociedad no murió, pero la convirtieron en un producto zombie. Es muy difícil comprender el éxito de figuras como Milei sin tener en cuenta que la sociedad occidental actual, incluida la argentina, es una sociedad atomizada, donde las luchas colectivas han ido desapareciendo para convertirse en reivindicaciones individuales sobre la identidad propia, donde te obligan a ser "especial" mientras vives la constante aventura neoliberal, sin tiempo, con trabajos precarios e inestables, sin la posibilidad de poder planificar un futuro, y donde ser "víctima" es una apuesta identitaria más. La pérdida de los grandes relatos, de la lucha colectiva, hace que las clases populares en el neoliberalismo avanzado vivan en una guerra sin contar con su propio ejército.
La situación económica es catastrófica y el pueblo culpa al gobierno, lo cual es natural. A su vez, ante la esperanza por el cambio, lo que han encontrado ha sido un gobierno débil, un presidente que parece carecer constantemente de interés, y un nuevo acuerdo con el FMI, cuando aún se viven los estragos de los anteriores. La inflación aumenta y el temor a una situación aún más crítica aumenta con ello.
El fenómeno que representan figuras como Javier Milei es la respuesta reaccionaria de la crisis actual del capitalismo. Este fenómeno difiere en muchos puntos con el fascismo clásico y es un error presentarlos como la misma cosa. Estos reaccionarios, son los reaccionarios para una sociedad neoliberal.
Sin embargo, hay elementos compartidos. Por ejemplo, el fascismo tradicional hizo su crítica al parlamentarismo y a la democracia burguesa, así como estos de ahora se declaran antiestablishment. La apuesta dialéctica de Milei es la copia de un proyecto completamente diferente, como es el de Podemos en España. El enfrentamiento con la "casta" política, y presentarse a uno mismo como algo nuevo que viene a apartar lo caduco que no sirvió, fue la herramienta estrella de una nueva izquierda europea que hoy en día ya perece como proyecto político.
Sin embargo, Milei copia estos postulados porque sabe que el hartazgo social hoy se manifiesta a través de la antipolítica y, a diferencia de la nueva izquierda europea, a ellos sí les beneficia esta ruptura con la lucha desde lo colectivo.
Es muy probable que el resultado de estas elecciones, si no se produce un milagro, otorgue un margen de confianza a la candidata del macrismo, Patricia Bullrich, de cara a las elecciones presidenciales del mes de octubre. Jugando, una vez más, a las cartas de un mal menor bastante macabro.
Desde el peronismo y el movimiento popular se ha apostado por conseguir grandes mayorías políticas a través de acuerdos con sectores centristas, e incluso derechistas, que pudiesen acogerse a la propuesta de cambio. Probablemente, esto se deba a que no ha quedado otra opción. Sin embargo, parecen acuerdos por arriba y sobre todo ajenos al pueblo.
El reclamo popular que podemos extraer de estas elecciones es la necesidad de articular una alternativa real, a través del trabajo desde abajo, que sea capaz de canalizar la rabia como fenómeno colectivo, de clase, que pueda articular un proyecto valiente que saque al país del cono sur del desconcierto. A través de la política, y no de la antipolítica, a través de la valentía y no del miedo. En estas elecciones el pueblo argentino no pudo gritar más fuerte.